En una Iglesia que vuelva a ser hogar espiritual, el papa ha de ser pastor antes que autoridad eclesiástica; ha de presidir más en la caridad y menos con la frialdad del derecho canónico; tiene que ser más hermano entre otros hermanos aunque con responsabilidades diferenciadas. Tras el largo invierno eclesial, el papa recupera la frescura y la fragancia del Evangelio que caracterizaron al «Pobrecillo de Asís», desde el cuidado y la relación fraterna con todos los seres, no por encima, sino al pie de cada ser.