El ser humano sueña con un sexto sentido, pero a juzgar por el olvido en que se tiene la capacidad olfativa diríamos que no posee más que cuatro. De esta anosmia cultural, se hace eco la filosofía. La nariz es tierra ignota para la filosofía; quizá por la inmediatez y evanescencia que caracteriza al olfato carece de la espesura ontológica de una cosa y de la consistencia epistemológica de una idea. Remite al mundo fugitivo de las apariencias sobre el cual no se puede construir un pensamiento duradero.
Chantal Jaquet propone que el mundo del olor puede ser un objeto filosófico por sí mismo. Esto supone rescatarlo del mundo de la superficialidad, de la cosmetología, y superar los obstáculos epistemológicos que se han planteado siempre en torno a la nariz.