El tercer sucesor de Don Bosco prefirió siempre el camino a la posada. Su vida, a pesar de tantas ideas, viajes, actividades, fue siempre una apasionante aventura, con tanto que leer y tanto que viajar y tanto que saber y tanto que hacer. Elegido Rector Mayor, sin dificultad, el 24 de mayo de 1922, recibió así el mensaje oficial de Don Bosco en la mitad de su trabajado corazón y se dispuso a transmitirlo, sin pompa ni ostentación. Nostálgico y sereno, recriado a la ardiente luz del cielo español, supo organizar con señorío la Congregación salesiana. Su vida no fue una tea encendida, sino una luz de la que los demás se dejaban inundar. «La vida es arder», se decía él a sí mismo.