En esta peculiar investigación se trata de profundizar, a partir del lenguaje de la experiencia, en el hipotético encuentro entre el hombre y el Absoluto, o sea, de ensayar una humilde «antropología religiosa». En dicha tarea Heidegger se convierte no sólo en un interlocutor fundamental, sino en punto de partida, pues para él «la antropología es aquella interpretación del hombre que en el fondo ya sabe qué es el hombre y por eso no puede preguntar nunca quién es».
Desde Schleiermacher, el destino de la «religión» ha quedado inexorablemente conectado a la esfera del sentimiento, resultando funesta esta asignación. Por ello, y para evitar dicho concepto, el autor apuesta por el término liturgia. Sin embargo, no lo entiende en su relación con el culto aunque no la niega, sino fenomenológicamente. La liturgia representa aquella lógica que preside el encuentro entre el hombre y Dios; constituye, además, la categoría desde la que puede organizarse una indagación sobre la humanidad del hombre, revisitando modelos y conceptos clásicos que también hoy pueden servir para pensar lo esencial.