Cunde la idea de que el Evangelio de Mateo se halla en la raíz del antisemitismo que paso tras paso condujo al genocidio de la shoá, perpetrado por, en y para una sociedad de bautizados. Se trata de un equívoco propiciado por la iglesia cristiana. La comunidad de Mateo se halla inserta en el seno de Israel. Integrada por judíos circuncidados, observa la Ley mosaica. No se enfrenta con el pueblo de Israel, del cual forma parte. La inmensa mayoría de los judíos de finales del siglo i vivía en la diáspora. Nada tuvieron que ver con los trágicos sucesos de Jerusalén. Trasladada al siglo xx, la comunidad de Mateo no habría sido verdugo, sino víctima de la shoá. Pero el estigma del pueblo deicida persiste, y no desaparecerá hasta que no se proclame con toda claridad que los judíos nada absolutamente tuvieron que ver con la muerte de Jesús, que fue obra exclusivamente de la autoridad romana. Las atrocidades de los nazis no hubieran sido posibles sin la contribución de la mentalidad antisemita difundida en el pueblo alemán, que se plasmó en unos con la aquiescencia y en todos con el silencio. Las víctimas de la shoá eran trasladadas en ferrocarriles pertenecientes a compañías alemanas privadas, que cobraban para cada cual su billete; de ida solamente, no de ida y vuelta.