Echar cada día la Palabra Viva en nuestra cabeza, leer una, dos veces, dejarla reposar, darle vueltas, que filtre hasta empapar nuestra personalidad y nuestro quehacer.
Jesús y tú. Él -su vida, sus sentimientos, sus palabras- y tú. ¿Qué me dices con eso a mí? ¿qué quieres enseñarme con aquello? ¿por qué reaccionas así? ¿qué te hace llorar y qué reír? ¿cuáles son tus preocupaciones acerca de nosotros?.
El evangelio es para ti.