Para domesticar y controlar la reproducción de animales potencialmente peligrosos como bóvidos silvestres o caballos salvajes, distintas civilizaciones prehistóricas procedieron a la castración de los machos. Desde el 2100 a.C. hay referencias del empleó de tal recurso con esclavos y prisioneros de guerra. Así surgieron los eunucos. Aquellos varones mutilados, poco más que meras bestias para el servicio; se veían así privados tanto de la capacidad de gozar de su vida sexual como de la facultad de prolongar su existencia a través de sus descendientes. Seres que, en virtud de su peculiaridad fisiológica, se vieron impelidos a adoptar funciones derivadas de su extraordinaria naturaleza, para las cuales habían sido creados.
Sacerdotes, castrati, adivinos, consejeros palaciegos, cuidadores del harén, espías. Esas fueron algunas de sus ocupaciones a lo largo de la historia. Pero la suya es una realidad vigente. En el siglo XXI aún existen eunucos que cumplen con roles sociales y religiosos cuyos orígenes se pierden en los albores de la Humanidad.