«Aquel día me encontraba pidiendo monedas donde siempre, pero antes de ir pasé primero por el santuario de mi padrecito Hurtado, donde descansan sus restos. Me arrodillé ante él y en ese minuto mi vida cambió. Antes de eso no creía en nada, así que le pedí, con mucha fe, que me desgarrara, que me sacara la piel; le pedí que intercediera ante mi amigo, el Flaco Cruz, para que él, solo él me demostrara que existía porque de seguir así como estaba, mi vida no valdría nada».