Una vez anulada la diferencia jerárquica entre alta y baja cultura, la dimensión estética se ha extendido a todos los aspectos y rincones del mundo contemporáneo (política, vida cotidiana, publicidad, objetos, urbanismo, cuidado del cuerpo, videojuegos, computer graphics, etc.), característica que coexiste con la homologación y el anonimato de periferias y no-lugares, herederos perversos de un ocaso de la belleza que se remonta a la época romántica. Por supuesto, con frecuencia se trata de una belleza velada y estandarizada, producida directamente por exigencias comerciales; pero es un fenómeno en absoluto fácil de analizar y valorar: según de qué punto de vista se trate puede interpretarse como progreso, como pesadilla o como perversa banalización del programa vanguardista, el cual pretendía sacar el arte de los museos para extender su alcance a todos los ámbitos de lo vivido.