Hace ya unos cuantos años -mejor no contarlos- Amaya Arnaiz me pidió unas palabras introductorias, que resultaría petulante denominar prólogo, para estos Esquemas elaborados por un grupo de profesores e investigadores de la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de la Universidad Carlos III de Madrid.
Aquel encargo, y por supuesto su aceptación inmediata, tenían un fundamento personal en la amistad trabada a lo largo del tiempo en que tuve el honroso placer de oficiar como profesor asociado del Área de Derecho Procesal de esa Facultad, hasta que otros requerimientos profesionales y personales me apartaron, bien en contra de mi deseo, de esa vida universitaria que con frecuencia casi diaria echo de menos, por más que se acabe imponiendo el sabio consejo del poeta Félix Grande, reproducido con alguna variante por Joaquín Sabina: "donde fuiste feliz alguna vez / no debieras volver jamás?".
Pero existía además un motivo estrictamente profesional, basado en una convicción compartida, que ya entonces expliqué. Resultaba (y sigue resultando) bastante frustrante la dificultad para superar una impermeabilidad histórica entre el conocimiento teórico generado y transmitido por la Universidad y su utilidad práctica en las diversas tareas cotidianas del foro.
Desde nuestros respectivos puntos de vista, coincidíamos en resistirnos a aceptar esa separación contra natura -cuando no recíproco desdén- entre unos académicos ensimismados en su profundo saber, tantas veces más estrecho cuanto más especializado, y unos juristas prácticos abrumados única y exclusivamente por la premura de ofrecer soluciones prontas y eficaces, en el contexto de una producción legislativa cada vez más orientada a ese (¿demagógico?) propósito de una justicia eficiente por encima de todo, aunque sea a costa de sacrificar el más mínimo rigor -y conocimiento- jurídico.