Los servicios secretos del Imperio español Conspiración, sabotaje, intriga y asesinato eran moneda corriente en la vida política de la segunda mitad del siglo XVI, caracterizada, además, por el uso interesado de la propaganda , una manipulación que, en cierto modo, recuerda a la guerra fría del siglo XX. Esta situación marcó las relaciones entre los distintos Estados europeos, creando en el marco de la política internacional un clima de recelo y secretismo. El engaño era práctica habitual y ningún Estado podía confiar en la lealtad de sus amigos. Sobre todo si representaba a la primera potencia mundial del momento. Felipe II era consciente de esta situación y de la importancia decisiva que tenía el control de la información para mantener la supremacía imperial de España. Por eso dedicó gran cantidad de recursos económicos y humanos a los servicios secretos, conformando la red de espionaje más compleja, mejor organizada y con mayor presencia efectiva de la época. Experto en el arte de la criptografía, su carácter desconfiado y su tendencia natural al secreto lo convertían en el perfecto dirigente de las labores de inteligencia: reglamentaba el uso de los textos cifrados, coordinaba la información y su posterior transmisión a través de los correos, decidía la contratación de espías y controlaba la distribución de los «gastos secretos», alternando las labores propias de su reinado con las de un verdadero jefe del servicio de espionaje. Los historiadores Carlos Carnicer y Javier Marcos han sabido encajar, a lo largo de estas páginas de apasionante lectura, las piezas clave que conforman el mapa político de una de las épocas más opresivas, sombrías y sangrientas de la Historia.