Socialmente, el fracaso escolar se asocia a la identidad de "persona sin calidad". Los jóvenes que abandonan la escuela -o que son abandonados por ella- cuando finalizan su escolaridad obligatoria no se autoperciben como personas con destrezas, ni conciben las profesiones en términos de cualificaciones. Su porvenir puede verse reducido a ser nada más que una sucesión de puestos de trabajo más o menos buenos.
Por otro lado, para aquellos que alcanzan el éxito en la escuela, las visiones de porvenir se suelen limitar, a menudo, a intenciones académicas. La imagen que tienen de sí mismos se centra esencialmente en aptitudes y cualidades escolares cuya estructura constituye una traslación del actual modelo de niveles, grados, etapas y asignaturas. Las profesiones, por su parte, se evalúan fundamentalmente, por su grado de prestigio social, es decir por la selectividad de los estudios que se exigen para conseguirlas. El autor propone ideas y modelos para deshacer estereotipos y para iniciar una labor orientada más realista, que ayude a los adolescentes, a su profesorado y a sus familias, a ir planificando el futuro profesional con racionalidad y plena conciencia.