La política vive momentos de descrédito, justamente ahora, cuando más la necesitamos. Con esta premisa, el autor reclama -a contracorriente- que no se utilice este descrédito para destruirla sino para reformarla y dignificarla. La destrucción de la política, principal fuerza civilizadora de nuestro mundo, sólo nos puede conducir a una nueva barbarie. Es posible que esta situación convenga a algunos sectores, pero la mayoría de ciudadanos -las personas que no forman parte de estos sectores privilegiados- deberían coincidir en la defensa de la política; la buena política, claro, aquella que nos ha permitido y nos permitirá convivir y alcanzar una existencia plena.