Estas epístolas, al modo de las que San Pablo dirigió a los Efesios, Corintios, etc., quieren aleccionar, adoctrinar a una tribu de nuevos nihilistas sobre aspectos tan fundamentales de la vida como la extinción de la humanidad, la masturbación, Dios y sus sucedáneos, la guerra, así como presentar a los lectores a ciertos profetas de este nuevo credo que, para ser consecuente con sus enseñanzas, no tiene ni nombre. Hay en estas epístolas irreverencia, insolencia, desfachatez, atrevimiento extremo, zaherimiento crudo de lo oficial o sagrado, iconoclastia radical, antieufemística, un rasgar la corambre de los antiguos vetos y prohibiciones, un provocar desgarro de dalmáticas de alta costura.