Una epifanía, según Joyce, es una manifestación espiritual y, en concreto la manifestación original de Cristo a los Reyes Magos. Prefiere este término al de «símbolo», «correlato objetivo», «paisaje interior», «elemento destructivo», o incluso el de «expansión de infinitas cosas» -usando la frase de Baudelaire-, porque, aunque no sea inocente de la tradición literaria, se centra en la iglesia y el país que rechazó.
Se ha escrito que las epifanías que han sobrevivido carecen de vida y de dramatismo. Y se cita como ejemplo la famosa de Stephen Dedalus, el cual, al pasar delante de una casa de la Eccles Street, de Dublín, apunta: «Una de esas casas de ladrillo pardo que parecen la propia encarnación de la parálisis irlandesa.» Pues bien, por muchas resonancias que tuviera esa epifanía para el personaje en aquel momento, los lectores de Joyce, a quienes se niega cualquier explicación adicional, encuentran el incidente insignificante. Diez años después, en Ulises, Joyce lo aclara cuando escribe que los Bloom vivían en una de esas casas.