No pienses en ellos.
No hables de ellos.
No escribas sobre ellos.
Vampiros. Desearás no haberlos imaginado.
Abel Young tiene claro su destino: se casará con Mary, la chica de sus sueños, y terminará por regentar la ferretería familiar. Pero su vida da un vuelco cuando Mary decide dejarlo. Así, por las buenas.
Únicamente puede vencer la desazón cuando su tutor del instituto le encarga que escriba un relato. Y eso que escribir no es lo suyo. ¿Quién le mandaría apañar esa absurda historia de vampiros? ¿Por qué diantre ha tenido que venir a este congreso de jóvenes escritores en la otra punta del país?
El caso es que ahora nada en su vida está preestablecido. Es más, lo que no le falta son sorpresas. No estaría mal del todo de no ser por las hordas de vampiros que quieren borrarlo del mapa. Porque Abel ha metido el dedo en la llaga: en su cuento, ha desvelado sin querer el secreto ancestral de su existencia, y debe pagar por haberlo narrado de manera muy creíble. Demasiado creíble.
Quizá la literatura sea también la mejor arma para combatirlos.