Con motivo de la Exposición Universal de París, la autora del relato se sube a un globo aerostático en lo que por entonces era considerado un transporte peligroso y poco propio para una joven artista.
Lo novedoso del periplo es el narrador, ya que en lugar de ser la propia autora quien da cuenta de la aventura, la voz narradora es ni más ni menos que la silla sobre la que iba sentada durante la travesía. El humor se conjuga con la prosa poética que emplea para describir las nubes, las técnicas de vuelo o la variedad de paisajes que a vista de pájaro los viajeros descubren desde el gigante de helio.