En este negocio el que no es poeta o novelista de tercera persona se quedó colgado del trapecio en el aire fuera del circo, qué más da. ¡Cómo va a saber un pobre hijo de vecino lo que están pensando dos o tres o cuatro personajes! ¡No sabe uno lo que está pensando uno mismo con esta turbulencia del cerebro va a saber lo que piensa el prójimo! ¡Al diablo con la omnisciencia y la novela!
Hoy por hoy no piso una iglesia ni de turista y no leo una novela ni a palos. Me quedé en Blasco Ibáñez, en Cronin, en Daphne Du Maurier, y me escapé del boom que no sé en última instancia qué fue, si algo así como un Big Bang. Yo sólo creo en quien dice humildemente yo y lo demás son cuentos.
FERNANDO VALLEJO