En un departamento sobre la Avenida Independencia pleno barrio de Balvanera, María Elena García conocida como la Gallega, forcejeaba en medio de la sala de estar con el cierre de una valija, mientras con la mirada recorría las paredes cargadas de cuadros, los sillones cubiertos con lienzo blanco y la mesa del comedor tapada con un paño lenci de color verde. ?Para que no me los arruine el gato ?decía María Teresa, su madre cada vez que llegaba una visita. El aleteo del ventilador de techo removía el aire caliente que entraba por la ventana y acentuaba el fuerte olor a cera en pasta de los pisos recién lustrados del lugar en donde había pasado toda su infancia. Doña Teresa vivía sola desde que había enviudado cuatro años atrás al morir el gordo García, como lo llamaban, mientras jugaba con tres amigos a la pelota paleta en el club español.