FRANK CAPRA
En la última ceremonia del Oscar, emitir un anuncio de treinta segundos por la cadena ABC costaba un millón de dólares; más de mil millones de personas vieron en directo la entrega de premios; la gala reportó a la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood treinta millones de dólares, y la cadena televisiva obtuvo unos beneficios de veintitrés millones de dólares.
Además, todas las películas galardonadas con un Oscar elevan considerablemente su recaudación de cara a taquilla. Así, en los últimos años, Bailando con Lobos (1990) antes de conseguir sus estatuillas había ganado 186 millones de dólares, para después elevarse hasta los 394. La lista de Schindler (1993) pasó de los 110 millones de dólares pre-Oscar a los 305. Y Titanic (1997) recaudó 700 millones de dólares más de lo que ya llevaba cuando fue galardonada con once premios de la Academia.
Muchos han sido los detractores del premio, comenzando incluso con algunos galardonados como Marlon Brando que lo rechazó en 1972, pero esto se debe a ideales fuera de lugar, a simples enfados infantiles o a elevadas dosis de envidia.
Tampoco faltan las críticas a sus alargadas ceremonias, a la hipocresía de sus premios o al descarado predominio de producciones de habla inglesa. Todo ello rebatible, puesto que las ceremonias suelen ser un imaginativo espectáculo colorista como sólo saben hacer los americanos, los premios se otorgan en función de votaciones de los propios profesionales de la industria del cine y las películas extranjeras siempre han estado muy valoradas en Hollywood.
Es cierto que puede parecer increíble que genios como Alfred Hitchcock o Martin Scorsese no hayan ganado nunca un Oscar, que actrices tan majestuosas como Deborah Kerr haya sido derrotada en seis ocasiones, o que músicos de talento como Ennio Morricone perdiesen todas sus opciones en beneficio de compositores más mediocres. Pero hay que recordar que sólo el hecho de estar nominado es por sí mismo un triunfo que conviene sea valorado como merece.
Además, las opiniones o discusiones sobre lo mejor o peor son tan válidas como discutibles, y hay que tener en cuenta los rivales que éstos y otros cineastas tenían enfrente cuando fueron derrotados. Porque el Oscar, a fin de cuentas, es una competición, como tal nunca resulta a gusto de todos, donde la suerte de estar el año exacto en la candidatura precisa tiene también mucho que ver: ¿Qué hubiese pasado si se hubiesen enfrentado el mismo año El silencio de los corderos, Titanic y El paciente inglés?. Evidentemente, alguna de las tres habría pasado desapercibida en detrimento de la otra.
No es cuestión de rasgarse las vestiduras porque Judy Holliday por Nacida ayer ganase a Bette Davis en Eva al desnudo durante la edición de 1950. Y es que el Oscar es un juego y como tal hay que descifrarlo, entenderlo, asumirlo, comentarlo y, por supuesto, criticarlo.
Con sus luces y sombras, polémicas y simplezas, el Oscar es una especie de quimera o Santo Grial que muy pocos pueden alcanzar.