James Keene creció a las afueras de Chicago en el seno de una familia media y se convirtió en una gran promesa futbolística. Hijo de un policía, durante la adolescencia inició su relación con el mundo de los traficantes, trapicheando en el instituto con marihuana para sacar algo de dinero para sus gastos. Con los años, llegó a ser el mayor traficante independiente de EE. UU. y se codeó con actores famosos, estrellas del porno e hijos de políticos. Hasta que alguien le denunció y fue condenado a 10 años de cárcel en un centro de alta seguridad. Apenas llevaba un año en prisión cuando el fiscal que le había condenado le ofreció un trato: si conseguía la declaración de culpabilidad del asesino en serie Larry Hall y la confesión de dónde tenía enterrados los cuerpos de sus víctimas, su pena sería conmutada y le devolverían la libertad.