Una original novela cargada de voluntad literaria. Su lenguaje rico, variado, moderno, armónico y lleno de resonancias míticas, es muy diferente de lo que es común en la ficción habitual, y que, como toda ficción verdadera, nos habla de los misterios del corazón humano. José María Merino Toda vida ha de ser vivida. Einar Jónsson vivió la suya. En ella se entrelazaron las esperanzas, los alientos y destinos de otros. Las peripecias de un campesino islandés que nunca ha salido de su país y un viejo álbum de fotografías en el que también toman cuerpo personajes reales, como el poeta W. H. Auden o el Nobel islandés Halldor Laxness, son el punto de partida de "En Islandia no hay árboles", una de las novelas más originales publicadas en los últimos años. Sugerente y poética, pero no menos aguda y divertida, la pluma de la autora nos adentra en el alma de sus protagonistas, tan delicada e inquebrantable como la isla que habitan. De la mano de Einar el belfo y su singular esposa Guðrún, y seguidos de cerca por Mora, una inescrutable oveja tuerta, vamos enamorándonos de esta tierra misteriosa y volcánica, impregnada a partes iguales de dulzura y de secreto. El amor invencible de Einar y Guðrún, las enseñanzas de viejo Pétur, las cuitas de Sigga, las pequeñas y grandes zozobras, anhelos y alegrías se entrelazan esta obra evocadora, que renueva con maestría el espíritu de las sagas islandesas. Como en ellas, y como en los cautivadores parajes de Islandia, la realidad colinda a cada paso con la fantasía y los gestos más cotidianos se convierten en leyenda. En cada renglón y en cada página de "En Islandia no hay árboles" perdura la misteriosa luz de Islandia, como un canto a la honestidad, al amor y a la maravilla.