El 12 de enero de 2007, el pequeño municipio de Fago (Huesca) se convirtió en noticia de primera plana. Esa madrugada su alcalde, Miguel Grima, fue víctima de una emboscada: el homicida colocó en la calzada unas piedras que obligaron a la víctima a bajar de su coche y en ese momento le descerrajó un disparo de 9 bolas de postas. La España rural mostraba su rostro más violento con este brutal asesinato. Un tercio de los 30 vecinos del pueblo se convirtieron de inmediato en sospechosos. La investigación pronto reveló los odios y rencillas existentes desde siete años atrás entre el alcalde Miguel Grima y una parte del vecindario -por la negativa a empadronarles, porque les multaba, porque les impedía hacer obras-. El municipio era una olla a presión. Al poco tiempo, al realizar el registro del domicilio de uno de los sospechosos, el agente forestal Santiago Mainar, este se derrumbó ante la Guardia Civil y fue detenido tras su confesión y el hallazgo de restos de ADN en el coche del asesinado. El caso está pendiente de juicio. El relato busca reflejar el ambiente asfixiante que había en este microcosmos del Pirineo aragonés y cómo se pudo incubar tanto odio en un lugar tan pequeño.