Argumento de El Simbolismo de la Historia
Una perspectiva hermética de la tradición de Occidente. Este libro aborda la Historia como una simbólica significativa sustentada en las fecundas enseñanzas de la Filosofía Perenne, o Tradición Unánime. Gracias a esas enseñanzas, nos dice el autor, cobra un sentido nuevo el «devenir de la Historia», estrechamente vinculado con el tiempo y sus ciclos, pero que también está dotado de otra significación más profunda, de carácter suprahistórico y metafísico, que es el que se destaca en estas páginas. En cualquier investigación que se lleve a cabo sobre la Historia, asegura el autor, siempre debería primar el punto de vista metafísico, entre otras razones porque siendo el más elevado pues se refiere a los principios universales, integra dentro de sí a todos los demás, como el uno contiene en potencia a todos los números, o el punto a la totalidad del espacio, que surge de su irradiación. Esos principios se constituyen en estructuras, pautas y modelos que manifiestan la intervención de la Inteligencia divina en la Historia, la que ha tejido su estructura visible e invisible, aparente y oculta. Si el fundamento y la causa del mundo visible es el mundo invisible, o Inteligible en el sentido que lo entiende Platón, nada existe en el plano de la Historia que no tenga su origen en una idea o principio de orden superior. La verdadera Historia es Arquetípica, y de ella deriva la Historia humana, expresándose en todas las dimensiones del tiempo y del espacio. La obra está dividida en cuatro partes. En la primera se destacan algunas de esas «ideas-fuerza»: el origen sagrado de la cultura, Hermes y sus distintos nombres como dios civilizador, la idea de la Providencia como gobernadora de los destinos del mundo y del hombre, así como la idea metafísica y «polar» del Imperio, etc. En las tres restantes se aborda cómo esas ideas se han manifestado en la Historia, concretamente en la de Europa, centrándose el autor en varios períodos de la misma: desde Roma hasta el Renacimiento, periodo donde revivió con fuerza la utopía de un «Imperio Universal», entidad sobre la que Dante escribió inspirándose en la doctrina platónica, y que en esa época fue auspiciada por cancilleres y filósofos herméticos, tales Mercurio Gattinara y John Dee, respectivamente. Sin embargo, concluye el autor, esa utopía no se hubiera planteado sin la existencia previa del Sacro Imperio Romano, fundado por Carlomagno, y que siempre estuvo ligado con el Hermetismo. Esto fue así, por ejemplo, con Rodolfo II, llamado significativamente «el Hermes alemán». Su corte imperial de Praga, en Bohemia, fue un centro de irradiación de las ciencias y artes de la cosmogonía, y allí estuvo también el germen del movimiento Rosacruz, que lejos de desaparecer tras la «Guerra de los Treinta Años», fecundaría a las distintas corrientes de pensamiento hermético (incluida la Masonería) que desde los siglos XVII y XVIII han mantenido vivo el espíritu de la Tradición de Occidente. 476 págs. 42 en color.0