En primer lugar sitúa con brevedad el principio de igualdad como valor central de las sociedades democráticas: desde la revolución francesa hasta la Constitución Europea, pasando por las cuatro Conferencias Mundiales (México, Copenhague, Nairobi y Pekín).
En segundo lugar trata de seguir la implicación de las iglesias cristianas, especialmente lo concerniente al Decenio de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres (1988-1998).
Nos propone apostar por una cultura de vida: las iglesias han de ser capaces de presentar alternativas en las formas y en las funciones, superar la violencia desde el seno de su estructura, en sus relaciones, su interpretación de la Biblia y su lenguaje; deben afirmar que la violencia contra la mujeres no es una parte del orden creado sino un pecado, que varones y mujeres podemos vivir existencias significativas y afirmadoras de la vida sin oprimirnos unos a otros; y todo esto es hacer visible el Reino de Dios que Jesús nos invita a descubrir entre nosotros.