Para entender toda la riqueza del montaje, resulta apasionante rastrear los signos que lo anunciaron en el cine primitivo, seguir los momentos clave de su aparición durante los años diez y veinte, en paralelo a la lenta institución de un nuevo modo de representación, y observar, por último, su desarrollo hasta la actualidad. El montaje no es un medio «natural» ni tampoco el fruto de una revelación inesperada: es el resultado de una evolución dialéctica continuada y a menudo errática, tan dependiente de la experimentación formal de ciertos cineastas como de la progresiva maduración de la mirada de los espectadores.
Porque el montaje, ante todo, está en aquel que mira.
Las tesis del autor se apoyan en una rica iconografía constituida por secuencias de fotogramas de grandes clásicos del cine, así como en documentos varios, entre los cuales se encuentra la reproducción de los instrumentos de trabajo de los montadores en la práctica de su oficio.