Lo que nunca olvidaremos de los periódicos es lo que tienen de buena literatura. Se ha dicho que un periódico es un anuncio rodeado de noticias. Pero un simple pie de foto, como los que escribía Álvaro Cunqueiro, puede llegar a justificar una tirada. Bajo toneladas de hojarasca efímera, las hemerotecas esconden pequeños tesoros inolvidables, destellos que descubren el lado oculto de la vida, brindis matutinos que dan sentido a la agenda rutinaria del día. Al fin y al cabo, uno de los placeres de la civilización contemporánea es el que anticipaba el señor Bloom en el Ulises de James Joyce: la huida al retrete con el periódico bajo el brazo.
Este libro está escrito en la frontera. Son cuentos verídicos, son reportajes filtrados por la ensoñación. Nacieron en papel de prensa, pero tienen vocación de historias para ser contadas al calor de la lumbre como leyendas labradas por el tiempo. Son el desafío a una esquizofrenia. La que pretende enfrentar al periodista con el escritor.
Este libro no trata de grandes acontecimientos ni de personajes poderosos, aunque unos y otros estén presentes como sombras chinescas en la historia. Sus héroes son una niña autista, un obrero con zapatones, una tripulación de pescadores en el Gran Sol... Y cuando aparecen personajes célebres, que los hay, se muestran desnudos, con su otra verdad.
Periodismo y literatura se dan la mano. Crónicas de vida, fragmentos de la novela humana. Como una pareja de barrenderos en la noche helada, el periodista y el escritor comparten las huellas y los restos de una entrañable, y escalofriante, odisea.