«Durante muchos años, en la España democrática se han mantenido intactos los monumentos de bronce o de mármol erigidos en homenaje a la antidemocracia. Con la consecuencia de que el peso de ese bronce y de ese mármol, símbolos de la impunidad del franquismo y también del amenazante fantasma de sus herederos militares, no ha dejado de gravitar sobre la vida política del país, ha seguido distorsionando la percepción del pasado y ha impedido superar definitivamente la guerra civil a través de una justa toma de distancia.» La transición española se construyó sobre el miedo y la ignorancia de la historia. La ausencia total de condena del régimen franquista, su impunidad efectiva (y ya definitiva), ha impedido a la España democrática tomar la debida distancia del pasado republicano y definir adecuadamente las responsabilidades de cada cual en el desencadenamiento de la guerra civil. Al sentimiento de culpa para con las víctimas del régimen, nunca resarcidas por las instituciones democráticas, se ha unido el resentimiento hacia una oligarquía que jamás ha tenido que ajustar cuentas por sus abusos. Estas y otras circunstancias han impedido una relectura crítica de nuestro pasado más incómodo, y en su lugar han proliferado los tópicos consolatorios y las visiones parciales o edulcoradas de los acontecimientos. A menudo se presenta a la democracia actual como la heredera en línea directa de los valores democráticos republicanos. Esta visión es simplista, y no hace sino dificultar el análisis histórico de ambas etapas, a la vez que impide su normalización. Lo que pide nuestro tiempo, lo que necesita una saludable cultura democrática, es un discurso alejado de los mitos de uno y otro bando. Ya es tiempo de una memoria histórica madura, que zanje de una vez por todas el «pasado de bronce».