Sin la visión del Cielo que lo aguarda, el hombre es como un gusano de seda encerrado en el capullo y muere de asfixia.
Dar testimonio de la vida eterna, que Jesús Resucitado ha traído al mundo, es la mayor obra de misericordia que puede hacerse a los hombres de hoy, que corren de acá para allá como hormigas alocadas en el gran hormiguero del mundo.
Descubrir la belleza inefable del Paraíso y desear que tome el mando de nuestro corazón; entender que no hemos venido al mundo para la tierra, sino para el Cielo. Así podemos pregustar la alegría sin fin, que es la meta de nuestra vida.