Una novela de denuncia social inserta en hechos alucinantes, que da muestra de la capacidad de Ethel Krauze para renovarse en la permanencia de su profundidad y de su lirismo.
Con un ritmo imparable, una baraja de técnicas literarias y un espíritu poético imbatible para acometer un tema tan candente como las desapariciones forzadas en México, Ethel Krauze da muestra en esta novela de su capacidad para renovarse en la permanencia de su profundidad y de su lirismo.
Este libro no debió ser escrito. Pero las voces que lo componen se rebelaron, abriéndose paso en forma de correos electrónicos, mensajes en redes, diarios, cartas, murmullos... Voces que empiezan a emanar de los chillidos de los pájaros, de los cauces de los ríos y de las crecientes nervaduras de las plantas. Voces que se convierten en raíces, ramas, brazos, atrapando a todos.
La primera en advertir el inicio de este drama es una profesora de español atenta al lenguaje de sus jóvenes alumnos, habituada a escuchar, dispuesta a descifrar los significados que, ahora, intenta negar: de la tierra surgen brotes de mandrágoras que no claudicarán. También habitan este país. No hay escapatoria. ¿Se ha vuelto loca? ¿O es el país el que está bocabajo? Adrián, uno de esos muchachos, está viviendo sus últimos minutos. Tiene las manos y los pies atados. No ve nada. Una bolsa de plástico le cubre la cabeza. Ya no se mueve. Su corazón aún batalla. Y Gilda es un pájaro que pasa bajo mis párpados rociando unas gotas de agua en las pestañas.