Argumento de El Padre, el Hijo y el Espíritu Blanco
El padre, el hijo y el espíritu blanco es el testimonio descarnado y por momentos violento del periplo de un adicto compulsivo que de un día para otro se encuentra consumiendo continuamente, desde que despierta hasta que decide que unas horas de sueño podrían ser una opción (siempre que quede disponible la reserva necesaria para retomar a posteriori). Hay un tránsito avasallante rumbo a la degradación en todos los órdenes de la vida y, a la vez, una batalla paralela del protagonista por encontrar una salida antes de que todo colapse en una catástrofe bastante previsible. Estas dos fuerzas antagónicas marcan la tensión sobre la que se construye la trama. Es también la recorrida por un mundo sórdido con los personajes reales e imaginarios que lo habitan, donde los días se suceden con un ritmo pautado por el consumo, un tiempo implacable del que la mayor parte consiste en la espera entre una línea y la siguiente, entre una excursión a comprar y la próxima, mientras casi todo el resto se va desdibujando progresivamente: la diferencia entre la mañana y la noche, entre la sensatez y el delirio, entre la engañosa línea que separa placer y laceración. Un delirio obsceno en el que se van acumulando récords de vigilia continua hasta que desaparecen las semanas, los meses y parecería que la propia vida se encamina inexorablemente rumbo a la extinción. En esa construcción fagocitante, el resto de lo que compone la existencia se torna la alucinación de alguien que casi sin percatarse va adentrándose en un universo privado donde los colores y matices dejan lugar a un paisaje en blanco y negro en el cual todo parece ser más o menos lo mismo, menos una cosa: tener el espejo permanentemente bien provisto sin importar demasiado los medios para cumplir dicho objetivo.0