Si la parábola del hijo pródigo es el «evangelio del evangelio», su resumen más elocuente, sin duda el padre que ahí se describe es la mejor descripción que el evangelio nos ha dado de Dios Padre.
Se trata de un padre cuya misericordia excede no sólo la comprensión del hombre, sino también la fe del creyente. Porque es una misericordia asociada a algo más admirable que ella misma y sobre lo cual apenas se habla, algo que el simple concepto de misericordia no incluye: la alegría que Dios experimenta al perdonar a sus hijos, el hecho portentoso de que unas criaturas puedan afectar así al Creador.
¿Dios, impasible? No se es padre impunemente: el amor ha hecho vulnerable a Dios, lo ha hecho capaz de alegría y de sufrimiento, porque lo ha hecho extremadamente sensible al amor o des-amor de sus hijos. En su larga y honda meditación, nada convencional por cierto, Cabodevilla ha contemplado detenidamente al padre de la parábola como imagen privilegiada de Dios Padre, una imagen que es no sólo la más revela-dora y fidedigna de todo el evangelio, sino también la más asombrosa, la más desconcertante.