Existe un punto de luz que estremece la vis de la belleza más soñada. En esta dimensión nada es igual a nada. Todo torna impermanente, único e irrepetible, inherente a una pura evolución esencial. Mas, aunque todo el existir mundano cupiera en un solo grano comprimido, «jamás sería una existencia en vano». Somos pulso que libera un vibrar evolutivo, un universo expansivo que va observándose a sí mismo en un himno de unidad. Somos puro reflejo de la fuente de la inspiración, y del infinito todo, formamos su centro inmanente. El eslabón no se hallaba perdido, pues en la conciencia siempre ha estado; solamente se encontraba dormido, y por fin ahora, ha despertado. Las neuronas del ensueño forman parte de la historia: «Cada ser crea su gloria con la fuerza de su sueño». Se intuye, en el gran brocal del alma, el exordio de la matriz divina, cual el sutil eco de otro infinito: «Utiliza el gran poder del lenguaje, y vivirás la magia permanente de un bello y extraordinario viaje».