Compulsivamente el protagonista anota en sus cuadernos todo lo que hace, dice y le dicen; observa cuidadosamente los movimientos de los que lo rodean y los registra, lo ha hecho durante años: uno nunca sabe en qué momento puede necesitar alguna información, o si puede estar siendo perseguido. Por si acaso, mejor pasar inadvertido, despistar, no preguntar de más, no decir todo y mentir si es necesario, pero sin dejar de decir la verdad, la verdad siempre le debe contar lo que sabe a la mentira, ese es uno de los atributos de un buen espía.
Entre el dolor por la muerte de su esposa y la distancia que le impone una hija a la que le ocultó por largo tiempo las circunstancias en que murió su madre, el protagonista vive de sospechas, suposiciones y precauciones, porque un espía no deja cabos sueltos, tiene siempre todo calculado.
Con una maestría admirable, Miguel Vitagliano construye una historia conmovedora e inquietante sobre la identidad y las versiones del dolor, la culpa y la desilusión.