El olvidado pueblo de Alejandro Morales forma parte de una novelística innovadora ya que inyecta historicidad a la memoria de un grupo de gente en el corazón de Los Ángeles. Se aprecia el ojo clínico de un escritor investigador que busca datos etnográficos sobre una fábrica de ladrillos, cuya construcción se asemejaba a una especie de isla marginada dentro de la metrópolis. La corteza de la narración tiene resonancias reales pero la parte interior es una confluencia de elementos imaginarios. La traducción de Isabel Díaz le hace justicia al sentido y sentimiento de la imaginación de un gran escritor chicano. Así se desdobla con eficacia un mundo desconocido que surge de las sombras sociales de los Estados Unidos de América.