Mientras que sus padres atribuyen la conducta de Xavier a un trastorno pasajero de la pubertad, él entabla amistad con Awromele, el hijo de un rabino, que le aconseja tomar clases de yiddish y circuncidarse. Tras someterse a una cruenta circuncisión, Xavier queda totalmente convencido de sus aspiraciones mesiánicas: decide dedicarse a la pintura para empezar a «consolar», y parte con Awromele hacia Amsterdam. Tel Aviv será su siguiente destino, donde la política lo erige absurdamente en el más fiel defensor de la causa sionista tanques y corruptelas incluidas, hasta que la situación se desborda y el mundo entero se prepara para la llegada de un mesías que nadie hubiera podido imaginar.