Argumento de El Mapa de los Años
El lenguaje que empleo me otorga lo que soy en las voces de un poema. Indaga en lo precario del sentir, en lo engañoso de las representaciones morales, en el rencor, la memoria y el deseo. Propone ritmos y sonidos con algún sentido y aspira a la energía compartida. Silencia algunas constancias que busca suscitar en el lector mediante su potencialidad emotiva o irónica. Mantiene bajo el tono, descarta epifanías y consagraciones, tan heroicas y a veces tan gratificantes.
La que dice ser mi personaje se materializa en la urdimbre de unas palabras comunes y vividas desde las que habla, cuenta o describe. Sus preferencias por cierta forma de relación humana, por ciertos escenarios casi siempre urbanos y por ciertas tradiciones literarias y musicales son las que lo identifican, pues sin esos estímulos no habría llegado a ser voz ni poema. Las querencias del temperamento, las dádivas del azar, algunos sueños y personas, las circunstancias que la fugacidad ha dejado en la conciencia -que por el hecho mismo de persistir parecen territorio- inventan la anécdota o la canción y siempre celebran que precisos momentos de amor, de amistad o de goces solitarios sean ya inevitables y nada tengan que temer del tiempo.1