Un erotismo vital, explosivo e incontenible es lo que une los dos relatos que componen El mal mundo , un libro que explora, en un brillante tono poético, el sexo y el amor en dos etapas muy distintas de la vida. Como escribe el propio Luis Antonio de Villena en el Postfacio que cierra el volumen, los dos textos narran amores cotidianos y raros, singulares y frecuentísimos. Amores que intentan abolir -desde lo muy masculino- el entendimiento del sexo y la ternura como compartimentos estancos e infranqueables. Son relatos de carne, de sexo, de labios y -si se mira atentamente- también de amor y amistad. El erotismo no puede ser la negación de una caricia. Amores de homosexualidad -aunque sus protagonistas no sean homosexuales- que desbordan pasión y arrebato.
La bendita pureza cuenta la historia, allá por el año 1965, de dos compañeros de colegio, Tomás y Fernando, y de su progresiva y mutua atracción, que se interrumpe bruscamente con la llegada de las vacaciones de verano. Muchos años después, Tomás, ya casado y padre de familia, rememora aquellos meses de felicidad, aquella entrega total, aquella explosión de amor y de sexo adolescentes.
En el segundo relato, El mal mundo, son dos jóvenes prostitutos, Vladimir y Alfonso, el uno cubano y el otro portugués, quienes van enzarzándose en una relación que discurre en el turbio reino de la noche y del exceso. Ante la envidia del pintor Claudio Prego, cuyo deseo por Vladimir le llevará a la autodestrucción, los dos jóvenes recorren las sinuosas estancias de ese exceso que, para satisfacer sus complejos anhelos y sus instintos, les conducirá, conscientes del sabor de la vida, a situaciones límite.