"A lo largo de la mañana se amortiguó el viento. A medio día cayó la niebla y a última hora de la tarde era tan espesa que no se veía más allá de un par de metros. Debían de ser cerca de las diez y media de la noche cuando los tanques marinos surgieron de las tranquilas aguas de Gijón, sin emitir ningún sonido que delatara su presencia hasta que sus bases de metal comenzaron a arañar las rampas de piedra. Quitaron de su camino o aplastaron las pocas barcas que habían sido remolcadas allí. Fue el crujido de la madera lo que hizo que los hombres que se encontraban en las tabernas del puerto salieran a ver qué estaba pasando.
Apenas podían distinguir nada en la niebla. Los primeros tanques marinos debieron de lanzar al aire las primeras burbujas de celentéreos antes de que los hombres se dieran cuenta de nada, pues enseguida todo fueron gritos y confusión. Los tanques avanzaron lentamente entre la niebla, arañando las estrechas callejuelas mientras, a sus espaldas, otros seguían saliendo del agua."