Ser hombre duele con esa desventaja de no poder gritarlo tan solo por ser hombre. Los límites se rompen, se lastima la carne, se esclaviza el espíritu, se aprende a obedecer y a cuestionar. Víctima y victimario de un sistema siniestro de códigos arcaicos donde siempre está prohibido decir que el amor es la única salida.