Argumento de El Hundimiento del Titanic
Encuadernación: Rústica con solapas
Colección: Otra vuelta de tuerca ; 49
La presente obra, es un magistral poema épico, una hazaña desacostumbrada en estos tiempos, en torno a una historia que, aunque conocida, no ha perdido un ápice de su tensión dramática. En efecto, el enorme transatlántico, gigantesca maravilla del mundo que naufragó una gélida mañana del año 1912, no fue sólo un buque, sino también un mito: la encarnación del progreso tal como se entendió en el siglo XIX, un concepto cuya vigencia ha sufrido un serio revés tras los avatares de la historia reciente.
A lo largo de treinta y tres cantos, en este poema, explícitamente inspirado en La divina comedia de Dante, escritor que retorna a menudo entre los fantasmas, se efectúa una soberbia recreación de la catástrofe. Los alaridos de los náufragos, las rememoraciones nostálgicas de los muertos, los inarticulados mensajes de los supervivientes; pero también fragmentos de telegramas, las últimas informaciones meteorológicas, las desesperadas peticiones de auxilio. Asimismo, las minuciosas descripciones de los menús de a bordo, la arquitectura del buque, la decoración y las pinturas kitsch de sus salones, las inoportunas alegorías de la Paz y del Progreso. Y todo ello embalsamado en el gran vacío del agua.
Su actualidad está probada por la puntualidad con que su destino sigue reflejándose en películas, fantasías y pesadillas. El poema trata también de este barco imaginario, de este «naufragio mental».
La redacción de este libro se inició en Cuba en 1969, se elaboró durante casi diez años y se abandonó y reemprendió varias veces a lo largo de este tiempo. Elogio de la provisionalidad y de la duda, este poema refleja asimismo la crisis del militante marxista que ha perdido las ilusiones; no se adopta una «posición correcta», la justicia de la poesía no es de este orden: en caso de duda, está de parte de quienes sucumbieron en el naufragio.
«Una de las más patéticas y hermosas metáforas del siglo XX. Una obra de magistral coherencia» (Juan Carlos Suñén, El País).1