Los médicos, y en alguna medida también el resto de los profesionales de la salud, tienen dificultades añadidas para ayudar a los enfermos en su proceso de morir. A la falta de formación en Escuelas y Universidades, hay que añadir frecuentemente la sensación más o menos inconsciente de fracaso profesional que experimentan unos profesionales que, lamentablemente, solamente han sido preparados para curar enfermedades. A esto cabría añadir la correspondiente angustia ante la propia muerte que casi siempre provoca en el personal sanitario el acercamiento a la persona que está a punto de morir.