Mario, el escritor, descubre que nunca ha tenido el control de su obra; los personajes no responden a su voluntad, no obedecen a sus pretensiones novelescas, las historias se le van de las manos, y ni siquiera reconoce la autoría de sus libros. Su lucha por comprender lo llevará a establecer un contacto directo con sus protagonistas en una realidad paralela, a la que se accede desde un estado sutil de la mente. Desbordado por la extrañeza de los sucesos, pronto verá peligrar su cordura. Mario no vive la sensación de estar inventando lo que escribe, está convencido de que la producción literaria es absolutamente autónoma. Él no es más que un canal a través del cual se expresan otras existencias invisibles al resto.