Los modelos que manejan los teólogos reflejan ilusiones personales o colectivas que el hombre alimenta sobre sí mismo. El modelo voluntarista se ha proyectado sobre la sociedad contemporánea de dos maneras distintas. En lo político, inspira una visión de la democracia de signo hobbesiano: el pueblo soberano exterioriza sus deseos en leyes que son buenas por el solo hecho de que es él, el pueblo, el que las ha promulgado a través de sus representantes legítimos. En lo moral y cultural, asistimos al triunfo póstumo de Nietzsche, en formato popular. El superhombre nietzscheano ha matado a Dios, de quien hereda los atributos y la libertad de colocarse por encima de toda norma. Nos hallamos en el paraíso libertario, acomodado a las dimensiones de la sociedad de masas.
En principio, los libertarios deberían aborrecer al soberano de Hobbes y sus poderes arbitrarios. Sin embargo, Leviatán y el libertarismo han entrado en una rara sintonía. Los votantes delegan en los gobiernos la administración del libertarismo. Se fía en las mayorías parlamentarias la tarea de instaurar un orden sobrenatural que deroga las diferencias de género y suspende o invierte las instituciones que nos ha legado el pasado. Ahí reside el secreto del matrimonio homosexual y su acogida favorable por la opinión