La vida y los viajes de Schliemann tienen algo de predestinación y algo de obstinación, tal vez a partes iguales.
Desde niño, y motivado por las lecturas que su padre le hacía de los poemas épicos de Homero, creyó ciegamente que Troya, una cuidad nacida de la fantasía, existió realmente.
Contra todo pronóstico, y prácticamente sin apoyos, comenzó la búsqueda de aquellas ciudades «inventadas» y... ¡las encontró!