Cabía suponer que el viento de la fortuna llevó a buen puerto el barquichuelo
de Marta y le ofreció los medios de asentar su vivir, de no haber sucedido que
el capellán del convento tomara ojeriza a una acogida, rebelde y obcecada en su
sentir, y no cejara hasta lograr que se la expulsara del asilo.
La madre superiora no opinaba del mismo modo que el capellán. Tomó cartas
en el asunto. Bajo mano para no provocar resabios, la favoreció con un empleo y
le deparó la oportunidad de empezar de nuevo.
En la presente obra, Marta nos cuenta primero sus piques con el capellán
malintencionado. Luego que el trabajo que le proporcionó su protectora no
se reducía a ser un anodino empleo. Por el contrario, la convertía en un peón
destinado a interactuar en una delicada trama en que entraba en juego el todo y
la nada de víctimas inocentes, atrapadas en una vil telaraña, e irremisiblemente
sentenciadas a cargar con las consecuencias de pecados ajenos. Se trataba en
substancia de desenterrar un obscuro secreto de familia y anonadar los efectos
de los que se erigía en causa.
Marta, personaje ajeno al enredo, es el único dotado de la cualidad de objetivo;
su pasividad la sitúa como factor aquilatador, y con esa su pasividad contribuye
eficazmente a que triunfe la justicia. ¿A quién no le gustan los finales felices
aunque se adornen con sabores agridulces?
Y ya basta de hablar por hablar. Lo que cuenta es que mtm pone en manos
del lector este material de nuestra Ángela Edo, siempre nueva y múltiple en
contenidos. Por consiguiente, al lector corresponde leer, penetrar y entender.