Como ocurre con muchos de los autores citados, Frederick William Rolfe unía a sus aptitudes literarias una sexualidad no ya ambigua, sino francamente à rebours y una sensibilidad excesiva y barroca que le llevó al catolicismo como visión artística, moral, estética y mística; visión a la que unía una arraigada creencia en la astrología, una auténtica pasión por la mitología clásica e incluso ciertas prácticas de magia ritual.
El deseo y la búsqueda del todo ofrece al lector un retrato peculiar y distorsionado de la sociedad inglesa en la Venecia de comienzos del siglo XX. Una isla de turistas diletantes, falsos altruistas profesionales y vividores disfrazados de gentlemen, sobre la que Crabbe, protagonista de la novela, flota espectralmente. Pero El deseo... no es sólo una sátira, ni una crónica autobiográfica más o menos disfrazada. Es, sobre todo, una historia de amor, el amor entre Nicholas Crabbe y Zildo, un falso muchacho, una muchacha andrógina (una fantasía privada de Rolfe) ensalzada, elevada y convertida en auténtica mitad perdida del autor. Es el sueño puro y platónico del andrógino. La palabra amor designa «el deseo y la búsqueda del todo», como dijera Platón en El banquete.