En el siglo XIX España se convirtió en el país romántico por excelencia en el imaginario europeo. A ojos de los numerosos viajeros que la recorrieron, sus mujeres de puñal en liga, sus recios bandoleros, sus matadores de toros y sus alegres castañuelas condensaban el carácter español. Un carácter que interpretaban como el propio de un país meridional en el que la huella de su pasado musulmán era todavía visible. Los autores románticos encontraron en las puertas de Europa una nación exótica, primitiva y medio oriental sobre cuyas cualidades morales arrojaron serias dudas. Se preguntaron hasta qué punto los españoles eran aptos para el progreso y la modernidad.
En España, en un momento en el que los contornos de la nación moderna apenas comenzaban a trazarse, los hombres -y mujeres- de letras entraron en diálogo con esta imagen foránea de su país. Lo hicieron principalmente a través de la ficción literaria, desde la que rechazaron, corrigieron, aceptaron o negociaron el llamado mito romántico de España y sus consecuencias. De aquel diálogo surgieron formas originales de valorar el legado andalusí, tan celebrado por el romanticismo europeo, y de entender y construir la identidad nacional española. ¿Por qué muchos de los elementos de aquella representación de España fueron finalmente aceptados como propios por un nutrido grupo de sus intelectuales y por buena parte de sus habitantes? ¿Cómo y por qué personajes que se consideraban característicos de un país primitivo y no moderno, como toreros, gitanas o contrabandistas, acabaron siendo incorporados al imaginario nacional de los españoles?