Nuestra existencia terrenal es como la de una bombilla. Alumbra mientras tiene corriente eléctrica. Muere como tal cuando queda sin ella. Pero la luz que emite una bombilla viaja por el espacio y no desaparece nunca, así es como la luz sobrevive a la propia bombilla, pues la bombilla puede morir al ser aplastada accidentalmente, fundirse de forma prematura o gastarse de vieja. Pero la luminosidad que emitió seguirá viva viajando por el espacio a la velocidad de la luz en busca de los límites del universo. Así como la esencia de la bombilla es alumbrar, emitir luminosidad, la esencia del ser humano es albergar un emisor de energía especial, ese hálito que da sentido trascendente a la materia. Ni todas las bombillas son iguales ni todos los seres vivos de la naturaleza tienen la misma calidad de emisión energética. El hombre es como una bombilla con capacidad de autoconsciencia y posibilidad de modular la luminosidad que emite. El ser humano tiene el potencial para trascenderse. Puede hacerse hijo de sí mismo al trasladar su consciencia desde su ser físico hacia su emisión de luz. Es en ella como puede vivir más allá de su existencia terrenal. Mas, tener esa capacidad no garantiza el éxito de este empeño. Probablemente, solo un trabajo constante en la correcta dirección pueda dar el fruto esperado.