No eran judíos, no eran miembros de la resistencia armada a la invasión de Hitler: eran republicanos españoles, exiliados del terror de Franco, que se habían refugiado en Angulema. El 20 de agosto de 1940 un tren cargado con 927 españoles, hombres y mujeres, ancianos, niños y enfermos, partió de aquella ciudad. Les habían prometido llevarlos a la llamada Francia Libre, la parte del país no ocupada por los alemanes. La realidad iba a ser otra: cuatro días más tarde llegaron a una estación austríaca cuyo nombre no olvidará la humanidad: Mauthausen. El gobierno francés se deshacía así de refugiados indeseables, Alemania obtenía una preciada mano de obra y España extendía la represión más allá de sus fronteras. El ministro Serrano Súñer se desentendió de la suerte de esos españoles a pesar de saber el terrible destino que les esperaba.